De la mercancía acreditada a la moneda legal

1 de julio de 2010

En toda relación económica existe una interacción social con reglas y mecanismos. En la fase premonetal no se utilizaban monedas propiamente dichas, pero sí mercancías acreditadas, (también son dinero), con un valor intermedio al igual que en la época monetal, pues existían productos, bienes o valores de intercambio junto con operaciones bancarias. Primeramente los productos valían por su utilidad y las necesidades que satisfacían. Así, por ejemplo, los Masai fundamentaban su riqueza en bueyes, muchas otras culturas en cereales y los cazadores en piel y cueros. Para los griegos un buey equivalía a dos dracmas y en Mesopotamia existían medidas de grano. La Odisea nos habla de la similitud en valor entre esclavos y bueyes. Muchos nombres de monedas actuales hacen alusión a aquella situación, como la rupia que significa rebaño en sánscrito o gemel que es camello en hebreo, pero también sinónimo de dinero. El Talento era inicialmente lo que un hombre podía transportar pese a pasar después a ser una unidad de cuenta.

En el II Milenio hay panes metálicos como el bipenne religioso en Creta que muestran claramente la inclinación de las mercancías acreditadas hacia los metales. Las barras o punzones citados en la Biblia fueron encontrados por Schlieman en Troya. En Egipto existían monedas-mercancía similares y en China se conocen las hachas pu en bronce, y otras cerámicas.

En el s. VII aparecen metales sellados que otorgan fijeza de valor (tasación) y pureza (garantía pública). En Asiria aparecen lingotes de plata y bronce denominados saqal o siclo, nombre que a su vez es sinónimo de pagar o pesar. Los lingotes babilónicos serán globulares u ovoides. En el Egeo aparecen varillas metálicas, obeloi u obliskoi, origen de la equivalencia con la drax o dracma, que significa puñado, por caber en una mano cerrada (de esta división surge el óbolo, que equivale a la sexta parte de la dracma). También surgen placas en forma de piel de buey o los talentos en Chipre. En el Tesoro de Egina aparecen 4 anillas de oro de peso igual a la mitad del siclo babilónico, lo que demuestra el contacto heleno con el próximo oriente. La Ilíada habla de los premios otorgados en las carreras, muy similares a estas anillas doradas.

Los Fenicios no tenían piezas de cambio fijas pese a ser precursores en el comercio. Sus intercambios con el sur de España los hicieron sin moneda, pues la tomarán de los griegos, pero sí con dinero en forma de productos.

Los estados, al igual que hoy, comenzaron a fundamentar su tesoro público en oro y otros metales como el bronce en lingotes, pero también en aceites, armaduras e incluso telas y vestidos. Creta es el mejor ejemplo.

Las mercancías acreditadas han sido muy diversas a lo largo del tiempo y la geografía. En el México precolombino se utilizaba el cacao o el maíz; la coca en Perú. Incluso tras el encuentro del Nuevo Mundo, los españoles complementaban sus intercambios con cacao o paños de algodón (pachoqatli), oro granulado, plumas de Quetzal o cobres en forma de T en Santo Domingo y México. En Mongolia se ha utilizado té prensado y en el Valle del Nilo distintos vidrios de colores como moneda de cuenta. Las piedras pulimentadas se popularizaron en la isla de Palaos y las piedras de molino de Yap. Otras mercancías acreditadas han sido tan diversas como extravagantes. Desde conchas como las diwar, caorí, nasas y conos en las Islas Salomón, a mandíbulas de zorro en el archipiélago de Fidji o dientes de Perro en la nueva Bretaña. Desde pastillas de sal en Abisimia, donde su contenido acabó transmitiendo su valor al envoltorio, a las pieles y conchas de los pueblos árticos de América, o lanzas, cuchillos y anzuelos de muchos pueblos primitivos.

Dátiles, cerámicas, galápagos, ámbar, hachas o pepitas de oro se utilizaron como mercancía de intercambio en la fase premonetal. En Asia se conocen las varillas de plata del golfo pérsico, pero también puntas de flecha y campanillas. En África se hicieron famosos objetos ornamentales como los Mitatoi o manillas de hierro o bronce a modo de brazaletes, aparte de una especie de discos de metal, deseables por su rareza y dificultad, y conchas como las caori, cypraea moneta o annulus, muy valoradas, que contrastaban con la Cypraea tigris, de ningún valor.

El siguiente hito se produjo con la adopción del metal como principal mercancía acreditada, donde aparte de existir un uso primario, también existe uno simbólico, alejado de su utilidad, con un valor claramente convencional. Su rareza y belleza los hacen deseables y de alto valor, pese a no poder satisfacer ninguna necesidad básica.

Los investigadores no se ponen de acuerdo sobre el lugar exacto de origen de la moneda legal. Podríamos suponer que los primeros ensayos se produjeron en Mesopotamia, Egipto o China, aunque las primeras monedas como tal aparecieron en el mundo griego en torno al siglo VII a.C. En la India, en torno al VII y VI a.C., se conservan pequeños cuadrados de plata delgados con signos impresos. De ahí pasaron a Anam, Corea y Japón. En China podrían existir mercancías acreditadas similiares muy anteriormente, datadas en el siglo IX. Parece lógico el contacto heleno con el Extremo Oriente y Anatolia en sus relaciones comerciales, y serían los griegos los primeros en inventar la moneda legal.

Ha existido cierta polémica sobre su origen concreto, confrontándose fundamentalmente los lugares de Lidia y Egina. Hay que insistir en que en aquella época ambas plazas pertenecían a la cultura helena. Esta confrontación se puede retrotraer a época clásica.

Póllux, lexicógrafo de época de Cómodo, no sabe si el primero en acuñar fue Fidón el argivo o los lidios. Las Crónicas de Paros y escritores como Éforo o Estrabón indican que el primero en acuñar en plata fue Fidón de Argos, en la isla de Egina, con el famoso tipo de la tortuga marina. Heródoto nos dice que Fidón, después de introducir la moneda, ofrendó a Hera óbolos o asadores circulares. Pero los electron, cuya aleación es de oro y plata, son quizás anteriores. Ya Genófanes de Colofón nos habla de las legendarias riquezas del rey de Creso de Lidia y que por ello a esas primeras monedas de Electron se las ha conocido como creseidas. Otros hablan del Rey Candaulo quien ha impreso un sello sobre oro blanco entre el 700 y 685 y que, por lo tanto, se anticipa a Fidón. Ernest Babelon indica que los verdaderos inventores fueron los banqueros Jonios, en el VII a.C. o antes, al añadir marcas privadas a piezas globulares o lenticulares ovoides de electron; este procedimiento fue después imitado por los reyes de Lidia y Fidón, sustituyendo este último el oro por plata. Suena también el nombre de Giges, Mermnas para los helenos, quien en Sardes, capital de Lidia, acuña en torno al 685 a.C.

Entonces tenemos dos hitos: las moneda-tortuga de Egina, que difícilmente son anteriores al año 600, y los electron de Lidia, algo anteriores. El hallazgo en el Artemision de Éfeso de dos tesorrillos de la segunda mitad del VII a.C. con 93 monedas de electron y siete glóbulos de plata responden a una ofrenza a este templo por Creso en Lidia. Heródoto nos cuenta que los Lidios presentaron una ofrenda al oráculo de Apolo en Delfos consistente en ladrillos de oro puro y oro blanco o electron. Cerca se encuentra un vaso con otras monedas similares en su interior. Estas piezas presentan un león con rasgos del futuro emblema real lidio, tal como aparece en el tesoro de Gordion de Frigia, y la representación del dios zorro Basareo. Un segundo hallazgo de las mismas monedas de superficie estriada con tigres simples de cabeza de cabra y dos gallos representan el primer ejemplo de evolución hacia tipos figurados. Jacobstahl lo data en torno al año 600 y sus monedas sobre 640 y 630 a. C.

En Lidia el oro y plata se dragaba del río Pactolo con piel de cordero, cosa que motivó la leyenda del vellocino de oro. La mitología no es ajena a la numismática. Para con este río se nos dice que Midas lavó sus manos aquí para abandonar su facultad de convertir en oro todo. Algunos atribuyen la creación de las monedas a los dioses Jano o Saturno; otros a reyes semíticos como Numa Pompilio o Servio Tulio. En Grecia suenan nombres como Teseo, Eristonio o Lio.

Lo que parece obvia es su relación con la democracia Griega y el fin de la aristocracia. Aparece la moneda substituyendo gradualmente a otros soportes monetarios y la causa de su aparición se apoya en hipótesis de tipo comercial, política o cultural. Estrabón nos dice que la pobreza del territorio de Egina o Lidia les priva de vivir del campo y les obliga al comercio. Las carabanas iban del mediterráneo a más allá del Halyb. También eran famosas las riquezas de Sardes.
Otros lo relacionan con la consolidación de las polis y de una estructura administrativa pública, con gastos públicos oficiales en época de paz y guerra, que iban desde la contratación de mercenarios, a devengos de funcionarios, regulación de impuestos y obras públicas o suntuarias. La acuñación de moneda fue estimulada políticamente; ya Jenofonte dice que el sueldo mensual de un mercenario es de una estátera de electron de entre 14 y 16 gramos. La Ciudad era la autoridad emisora. El León será el símbolo lidio; la foca parlante será el de Focea; el Ciervo de Artemisa el de Éfeso, etc. Una tercera hipótesis habla de una necesidad cultural en la que la moneda tendría usos mágicos en rituales. Complementa a las otras hipótesis, pero no es la fundamental.

Las consecuencias de la introducción de la moneda fueron trascendentales para la historia del hombre. Se convirtió en el medio de cambio por excelencia, pese a que primeramente tuvo una lenta difusión debido al gran costo de fabricación que impedía su extensión a las pequeñas transacciones. Sólo con la adopción de las minúsculas monedas de plata, primero, y de las monedas de bronce después, estas formas de pago se popularizaron y afectaron al pequeño comercio. No todo fue negativo, como los efectos inmediatos en el mundo griego que agravaron la crisis agraria del Ática en tiempos de Solón, permitiendo atesoramientos que aumentaron el poder de los ricos, sino que revolucionó las relaciones humanas a través de una nueva concepción de sus relaciones económicas.

Por Pablo Núñez Meneses
Presidente de ANVAR


Bibliografía

BELTRÁN MARTÍNEZ, Antonio: Introducción a la numismática universal. Madrid. 1987. Istmo.
NÚÑEZ MENESES, Pablo: Los flores de cuño y los sincirculares. Numismática, graduación y conservación. Inédito.

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